top of page
Foto del escritorAmenhotep VII

adonais - Percy Bysshe Shelley



I

Murió Adonais y por su muerte lloro.

Llorad por él aunque el ardiente llanto

no deshaga la nieve que le cubre.

Y tú, hora fatal, la que escogida

fue de los años para que él muriese,

despierta a tus oscuras compañeras,

muéstrales tu dolor y di: conmigo

murió Adonais y mientras que el futuro

al pasado no olvide, su destino

y su fama serán eternamente

un eco y una luz para los hombres.


II

Cuando Adonais murió di, ¿dónde estabas?

¿En dónde estabas tú, madre potente,

cuando tu hijo yacía traspasado

por el dardo que surca las tinieblas?

¿En dónde estabas tú, perdida Urania?

Allá en su paraíso, sentada entre los Ecos

vigilantes y mientras con suspiros

amorosos y blandos reanimaba

una de las ya marchitas melodías,

con las que, como flores que se burlan

del cadáver, ornar y esconder quiso

el futuro volumen de la muerte.


III

¡Melancólica madre, vela y llora,

por Adonais, difunto, vela y llora!

Mas ¿para qué? En su ardiente lecho apaga

tus encendidas lágrimas y deja

a tu gimiente corazón que guarde

tan silencioso sueño como el suyo.

Porque se fue, hundido en donde todas

las bellas cosas graves descendieron,

no sueñes ¡ay!, que el amoroso abismo

te lo devuelva al aire. No. La muerte

devorando su voz muda se ríe

de tu desesperanza y de la mía.


IV

Tú, la más musical lamentadora,

llora otra vez la muerte del poeta,

anciano, ciego, en vida abandonado,

cuando pisoteaban el orgullo

de su patria infeliz, cuando el tirano,

el clérigo y el pueblo la humillaban

con sus sangrientos ritos de lujuria.

Al penetrar sin miedo en los oscuros

dominios de la muerte, su alma clara

permaneció reinado sobre el mundo,

hijo tercero de la luz gloriosa.


V

Tú, la más musical lamentadora

llora y gime otra vez porque no todos

a tan gran esplendor subir osaron;

y más felices los que conocieron

su dicha y cuya antorcha brilla aún

en la noche del tiempo en que los soles

han muerto; más sublimes los heridos

por la envidiosa cólera del hombre

o de los dioses, que derrumbaron

fundidos en su aurora refulgente.

Y otros viven aún y van pisando

el sendero espinoso que conduce

a través de los odios y fatigas

a la mansión serena de la fama.


VI

Tu más joven y amado niño ha muerto,

el de tu viudedad; creció cual pálida

flor cultivada por doncella triste

y nutrida con lágrimas de amor

inconsolable en lugar de rocío.

¡Tú, la más musical lamentadora,

llora de nuevo tu esperanza última!

Perdida está la flor, sus mustios pétalos

murieron sin abrirse en la promesa

de su fruto mejor. El lirio amado

quebrado duerme y la tormenta pasa.


VII

A esa alta capital en donde reina

con una corte pálida la muerte

subió y pagando con su aliento puro

en la gloria compró morada eterna.

Retírate de prisa. Mientras sea

un azul día italiano el mejor cielo

para su osario, mientras él repose

en un sueño cubierto de rocío,

no le despiertes, no, porque es seguro

que halló su plenitud en la gran calma

de su profundo y líquido descanso,

porque todo lo malo dió al olvido.


VIII

El no despertará, ¡ay!, nunca, nunca.

Dentro, en la tenue cámara se esparce

veloz la sombra de la blanca muerte

y la invisible corrupción espera

en tal puerta dar fin a su camino

encontrando su turbia residencia.

El ansia eterna está sentada, pero

el terror y la lástima calmaron

su desteñida rabia y no se atreve

a devorar su víctima preciosa

hasta que las tinieblas y los años

no acaben de correr sobre su sueño

la cortina mortal que ya le oculta.


IX

¡Llorad por Adonais! Los sueños rápidos,

los pensares con alas de pasión,

huyeron en bandadas desde el vivo

torrente que su espíritu nutría,

enseñando el amor como una música.

No vuelan más ardiendo en la memoria

y perecen allí donde nacieron.

Lloran su triste pérdida girando

sobre su helado corazón, en donde

ya no recobrarán fuerzas perdidas

ni después de tan dulce pena nunca

encontrarán de nuevo una morada.


X

Quien con sus manos temblorosas coge

su cabeza helada y lo abanica

con sus alas de luz lunar, clamando:

"Nuestro amor y esperanza, nuestra pena,

no murió, no; contempla en los sedosos

párpados de sus ojos doloridos,

como el rocío en una flor que duerme,

una lágrima quieta desprendida

del corazón de un sueño". ¡Angel perdido

de un paraíso en ruinas! Ay, no supo

que era su propia lágrima y sin rastro

desvanecióse igual que blanca nube

que derramó su lluvia lentamente.


XI

Quién enjuagó los delicados miembros

desde la urna de estelar rocío,

y embalsamó su cuerpo; cual cortaba

abundantes sus rizos en guirnalda

como depositando una corona

engastada con perlas de su llanto;

cuál, quebrantó las flechas, rompió el arco,

consciente del dolor que la oprimía,

atajando con pérdida más débil

la pérdida mayor y amortiguando

el fuego agudo contra el rostro frío.


XII

Otra luz se posó sobre su boca,

aquella boca fina, acostumbrada

a sorber un aliento que tenía

fuerza para adentrarse en los ocultos

espíritus y entrar al palpitante

profundo corazón, con brillo y música.

La húmeda muerte sobre el yerto labio,

extinguió sus caricias, meteoro

agónico que cruza la fría noche

manchando su corona en lunáticas

luces y nieblas, tal recorrió el pálido

cuerpo sin vida hasta el total eclipse.


Xlll

Llegan también... deseos, homenajes,

aladas persuasiones y velados

destinos, esplendores y tinieblas,

encarnaciones débiles de miedos

y esperanzas, y tenues fantasías;

el dolor con familia de suspiros;

el placer, ciego de lágrimas, guiado

por el furor que daba su sonrisa

moribunda en lugar de por ojos.

Vinieron, ay, con una lenta pompa,

con la pompa que arrastra en las corrientes

el otoñal desfile de las brumas.


XIV

Todo lo que él amó, lo que amoldado

fue por su pensamiento, formas, tonos,

perfumes y sonidos melodiosos,

por Adonais gemían. La mañana

buscaba la atalaya de la aurora

y sus cabellos, húmedos de lágrimas

que son gala del suelo, oscurecieron

los ojos claros que dan luz al día.

Distante el trueno sordo se quejaba.

En un sopor inquieto, el océano

pálido yacía. En las alturas

sollozaban los vientos alocados.


XV

Entre montañas mudas recostada

Eco está alimentando sus pesares

con el recuerdo de baladas suyas.

No responde ni al viento ni a las fuentes

ni a las amantes aves suspendidas

sobre la verde espuma de las ramas;

ni al cuerpo del pastor ni a la campana

vespertina; ya que imitar no puede

sus labios, queridos más que aquellos

cuyos desdenes fallecer lo hacían

oscureciendo todos los sonidos.

Un lúgubre murmullo es lo que oye

el leñador mezclarse con sus cantos.


XVI

La adolescente primavera, loca

se volvió de dolor, fingióse otoño,

lanzando al suelo cual marchitas hojas

los nuevos brotes. Si se fue su gozo,

¿el año hostil por quien despertará?

No tan querido a Febo fue Jacinto

ni Narciso se amó tanto a sí mismo

como Febo y Narciso te quisieron,

¡oh! mi Adonais; exhaustos y marchitos

entre sus juveniles compañeros,

al trocar el rocío por las lágrimas

cambiaron los perfumes por suspiros.


XVII

El ruiseñor, hermana de tu alma,

no se duele viuda de su amante,

no expresa su dolor con tanta música;

ni el águila se queja cuando sube

al imperio del sol, como solías

subir tú mismo, no se queja, nutre

su juventud con sangre de la aurora,

clamando alrededor del vacuo nido;

Albion gime por ti con mayor pena.

Caiga la maldición al asesino

Caín, sobre la frente del que, herida

en tu pecho causó, expulsando el alma

angelical su huésped de la tierra.


XVIII

¡Ay! ¡Ay de mí! Que en el rodar del año

el invierno partió luego que vino,

pero no a mi pesar, aunque los aires

y las corrientes, con acentos dulces

goces remueven. Ya las golondrinas,

las hormigas y abejas reaparecen;

nuevamente las hojas y las flores

de la muerta estación ornan el féretro

y las amantes aves ya se cruzan

en los jarales, los musgosos nidos

edificando en montes y praderas;

ya de sus trances soñolientos vuelven

verdes lagartos y serpientes de oro,

como fuego que brota de una cárcel.


XIX

El corazón terrestre emana vida

para los bosques, ríos y océanos,

igual que siempre desde la mañana

grande del mundo, la primer aurora,

alba de Dios nacida sobre el caos.

Más blanda luz ostentan en el cielo

sujetos a sus órbitas los astros.

Las cosas más humildes se estremecen

con sacra sed de vida; se difunden;

y en deleites de amor gastan belleza

que renuevan con júbilo, potentes.


XX

Por este tierno espíritu tocado

exhala flores de gentil aroma

el cadáver leproso; cuando el brillo

se transforma en fragancia, las estrellas

encarnan para dar luz a la muerte

y así se burlan del feliz gusano

que abajo se despierta. Nada muere

de lo que conocemos. ¿Será todo

una espada que fuera de su vaina

por el cielo relámpago es fundida?

Un momento reluce intenso el átomo,

luego se apaga en un reposo frío.


XXI

¡Ay! ¡Que tenga que estar como si nunca

hubiera en él vivido lo que tanto

amábamos nosotros, y que sea

mortal también nuestro dolor! ¿De dónde

hemos venido y para qué vivimos?

¿Y de qué escena somos los actores

o los testigos? Grandes y pequeños

los confunde la muerte que anticipa

lo que la vida pide de prestado.

En tanto que los cielos. sean azules

y verdes sean los campos, la mañana

empujada será por negra noche

cuyas sombras la tarde anunciará,

y los años y meses con gemido

despertarán a los años y los meses.


XXII

¡El, no despertará, ay, nunca, nunca!

La miseria gritó: "Madre sin hijo,

álzate de tu sueño y con tu llanto,

con tus suspiros sacia la profunda

herida de tu pecho, más terrible

aún que la suya". Todos los ensueños

que velaban los ojos de Urania,

todos los Ecos que la voz fraterna

en sagrado silencio mantenía,

le gritaron: "¡Levántate!". Obediente,

igual que un pensamiento a quien hubiera

mordido la serpiente del recuerdo,

rápido el esplendor agonizante

saltó de su reposo de ambrosía.


XXIII

Se irguió como una noche del otoño

que nace por oriente y sigue loca

con temblorosas alas eternales

al triste día de oro, como un negro

fantasma que abandona el catafalco

con un cadáver más sobre la tierra.

Miedo y dolor hirieron de este modo,

despertaron, raptaron de este modo

a Urania, y de este modo hicieron

un ambiente de niebla tormentosa

en torno suyo; así la arrebataron

por su camino trágico hasta el triste

lugar en donde su Adonais yacía.


XXIV

De su secreto Edén salió corriendo

atravesando campos y ciudades,

sobre un áspero suelo en donde había

entre el hierro y las piedras, corazones,

humanos corazones que eran duros

a las leves pisadas, que le herían

las plantas delicadas e invisibles;

sobre lenguas agudas, por punzantes

pensamientos corrió, que laceraban

la suave forma a la que no pudieron

nunca vencer, cuya bendita sangre,

como jóvenes lágrimas de mayo,

pavimentaba con eternas flores

el ingrato sendero recorrido.


XXV

En la cámara fúnebre un momento

enrojeció la muerte que humillada

ante tal poder vivo aniquilóse.

Alentaron de nuevo aquellos labios

y destelló la luz de la existencia

en los pálidos miembros que habían

sido momentos antes su deleite.

"No me dejes así, desconsolada,

solitaria y demente, como mudo

relámpago a una noche sin estrellas."

"¡Ay, no me dejes!" -exclamaba Urania.

Con sus gemidos; despertó la muerte

y la muerte se irguió sonriente y vino

a encontrar sus inútiles caricias.


XXVI

"Detente un poco y háblame otra vez,

bésame lo que un beso durar pueda.

Dentro, en mi pecho descorazonado

y en mi ardiente cerebro esas palabras

y ese beso serán más permanentes

que todos los recuerdos de mi vida,

como si fueran una parte tuya

ahora que tú estás muerto vivirán

con alimentos de memorias tristes,

oh, mi Adonais. Yo lo daría todo

por estar como tú, no encadenado

al tiempo que no puede libertarme".


XXVII

"Oh, gentil niño, si eras tan hermoso,

¿por qué tan pronto dejas los senderos

pisados por el hombre? ¿Cómo osaste

desafiar con puños tan endebles

aunque con pecho firme, en su antro mismo

al hambriento dragón? Ay, indefenso,

¿dónde estaba el escudo reluciente

de tu saber, la lanza del desdén?

Si tú hubieras esperado el fin del ciclo

hasta cuando tu espíritu alcanzara

la plenitud de tu creciente esfera,

los monstruos del desierto de la vida

huyeran ante ti como los gamos".


XXVIII

"Los lobos en manada son audaces

sólo cuando persiguen; los obscenos

cuervos sobre los muertos clamorean

los buitres sólo fieles al emblema

del saqueador, no comen sino sobras

de lo arrasado y de sus alas llueve

sucio contagio. Cómo huyeron cuando

tal nuevo Apolo, el Pitio de este tiempo,

con arco de oro disparó su flecha

sonriendo después. No insisten nunca

los despojadores. Viles se doblegan

hasta besar los pies del orgulloso

que con desdén altivo los aparta".


XXIX

"El sol nace y desovan los reptiles;

se oculta el sol y cada insecto

antes del alba efímero perece

al renacer los astros inmortales;

así en el mundo de los hombres vivos.

Una mente divina alza su vuelo

velando el firmamento, desnudando

la tierra con su gozo y cuando cae

los míseros enjambres que nublaban

o compartían su luz a futuros

iguales esplendores abandonan

la pavorosa noche del espíritu''.


XXX

Cesó de hablar Urania. Los pastores

rotas las mantas mágicas venían

por los montes, marchitas las guirnaldas.

El peregrino de lo eterno, cuya

fama se inclina igual que un alto cielo

sobre su viva frente -monumento

prematuro y durable- llegó triste,

velando los fulgores de su canto.

De su áspero dominio Irene infausta

al más dulce liróforo le envía,

con el amor las penas aprendieron

a caer de sus labios hechas música.


XXXI

Entre las menos destacadas, una

forma débil llegó, para los hombres

fantasma, solitaria nube última

de agónica tormenta que tronase

como doblan a muerto las campanas.

Yo pienso que ya había contemplado

la desnuda hermosura de la tierra,

nuevo Acteón vagaba sin destino

recorriendo con débiles pisadas

el desierto del mundo, y a lo largo

del áspero sendero lo seguían

sus propios pensamientos, cual rabiosos

perros, tortura y causa de su vida.


XXXII

Un alma de león hermosa y ágil

un amor disfrazado de tristeza,

un poder que se juzga débil y

casi no puede levantar el peso

de la superyacente hora; lámpara

que muere, lluvia que cae, oleaje

roto antes que la voz mientras hablamos.

Sobre la mustia flor el sol sonríe

aunque muerte le da. En las mejillas

arde la vida en sangre aunque en el pecho

el corazón se está resquebrajando.


XXXIII

Coronaban su frente pensamientos

marchitos y violetas jaspeadas,

blancas y azules que languidecían;

con piñón de ciprés el ágil tirso,

ceñida el astra ruda con las trenzas

sombrías de la yedra y goteando

con rocío de selva al mediodía,

vibraba con el pulso interminable

del corazón que hace temblar la débil

mano que lo empuñaba. Del cortejo

venía el último, aparte y solo,

ciervo desamparado por la grey

que derrumbó la flecha cazadora.


XXXIV

A su roto gemido, apartados,

el noble grupo sonreía entre lágrimas

llorando el propio en el destino ajeno

así cantaba aquél nuevas angustias

con acentos de un mundo no sabido.

Urania triste, vuelta al extranjero,

''¿Quién eres?", murmuró. Él, nada dijo,

con mano presta desnudó su frente,

señalada y sangrienta, ¡ay dolor!

como la de Caín o la de Cristo.


XXXV

¿Qué suave voz se apaga sobre el muerto?

¿Cuál frente esconde aquel sombrío manto?

¿Qué figura se inclina tristemente

y junto al blanco lecho finge duro

monumento, y en duelo el corazón

sin una queja trémulo palpita?

Sí, es él, el más dulce de los sabios;

amor, letras, consuelo dio al ausente,

no con suspiros ásperos turbemos

silencio de tan grato sacrificio.


XXXVI

Bebió nuestro Adonais, ¡ay!, el veneno.

¿Qué criminal vipéreo y sordo pudo

con tal licor de angustia coronar

la copa matutina de la vida?

Ya el gusano sin nombre se condena;

sintió el veneno, mas pudo librarse

del mágico cantar que conjuraba

maldad, odio y envidia, y que clamaba

desde aquel pecho solitario y único,

mudo ya en esperanza de canciones;

helada la maestra mano y sueltas

están las cuerdas del laúd de plata.


XXXVII

Tú, cuya infamia nunca será gloria,

mancilla oscura en nombre memorable,

vive, no temas un peor castigo.

Sé tú mismo y conócete cual eres,

y cuando llegue la hora y se desborden

tus colmillos, descarga tu ponzoña

asco y remordimiento irán contigo,

la encendida vergüenza quemará

tu frente oculta y entonces como ora

has de temblar cual perro fustigado.


XXXVIII

No lloremos, si aquel, deleite nuestro,

lejos voló de los voraces buitres

que abajo graznan. Ora vela y duerme

al lado de los muertos perdurables.

No podrás ascender hasta tu trono.

El polvo al polvo, mas el alma pura

fluye de nuevo a la encendida fuente

donde brotó pedazo de lo eterno,

y ha de brillar igual, inextinguible,

atravesando tiempo y accidente,

mientras ahogan tus cenizas frías

la miserable lumbre del oprobio.


XXXIX

Callad, que no está muerto ni dormido;

despertó ya del sueño de la vida.

Perdidos en visiones tempestuosas

y armados contra espectros sostenemos

contienda estéril y en delirio loco

el puñal del espíritu clavamos

en el vacío invulnerable. Si,

cruel despojos sepultos decaemos,

el temor y la angustia día a día

nos crispan y consumen, y esperanzas

friolentas cual gusanos hormiguean

en la entraña del barro que vivimos.


XL

Ascendió más allá de las tinieblas

de nuestra noche; envidia ni calumnia,

odio, dolor, ni esta inquietud que el hombre

llama placer le tocan ni le hieren;

se libró del contagio de esta lenta

mancha del mundo, y no podrá ya nunca

gemir en vano cuando el tiempo torne

helado el corazón, gris la cabeza,

ni al dejar de arder el alma misma

llenarán sus cenizas sin fulgor.

urna desamparada por el llanto.


XLI

Vive, vela. No lloréis por Adonais.

La muerte murió, no él. Tú, joven

amanecer, enciende tu rocío,

no se ha ido el espíritu que lloras;

vosotras, grutas, selvas, no gimáis,

ni vosotras, flores y fuentes lánguidas.

Y tú, aire, que extiendes como un velo

de dolor tu cendal sobre la tierra

desolada, desnúdala hasta el alto

fulgor en que sonríen los alegres

astros a su fatal desesperanza.


XLII

Ya se fundió con la naturaleza;

la voz de él, suena en toda su armonía,

del gemido del trueno al dulce pájaro

de la noche; se siente y reconoce

su presencia en la luz y la tiniebla,

en la hierba y la roca, y se difunde

doquiera que palpita ese poder

que recogió su vida y cuyo amor

sin desmayo conduce y rige el mundo

lo sostiene en su mano y lo ilumina.


XLIII

Parte es de la belleza que otros días

hizo más bella; está con el espíritu

cuya potencia plástica recorre

la entraña del espeso mundo inerte

y crea desde allí todas las formas

que revisten las nuevas sucesiones,

y tortura a la escoria en rebeldía

que se resiste al vuelo que la encumbra

a su alta identidad, según la masa

la comparte, y estalla esplendorosa

en todo su vigor y su belleza

desde el árbol, las bestias y los hombres

hasta la luz del cielo.


XLIV

Fulgor del firmamento de los tiempos

es eclipsado, pero no extinguido;

asciende y se remonta cual los astros

a su fija altitud; neblina baja,

la muerte que no empaña el resplandor

que vela. Si sublime pensamiento

a un corazón joven toca y levanta

de su cubil mortal, y amor y vida

se disputan en él por su destino

en la tierra, -allí los muertos viven

y se mueven cual ráfagas de luz

en un aire de sombra y tempestad.


XLV

Herederos de fama no cumplida

de su trono erigido más allá

del pensamiento mortal, en el reino

de lo inaparente, se levantan.

Es el pálido Chatterton, en él

aún no se desvanece su agonía

solemne; Sidney, tal como en la lucha

y la derrota y en amor y vida,

sublime en su ternura y un espíritu

sin tacha, se acercó; después, Lucano,

que en prueba dió su muerte. A su vista

se escabulle el olvido como réprobo.


XLVI

Y otros, oscuros nombres de la tierra,

mas cuyo trasfundido efluvio nunca

morirá mientras el fuego sobreviva

a la chispa original, revestidos

en la inmortalidad deslumbradora,

acércanse: "Ya estás entre nosotros

-exclaman- esperándote esa esfera

sin monarca hace tiempo giraba

en el cielo del canto, sola, muda

y ciega en su vacía majestad.

Y pues llegas, Lucero de la tarde,

tu trono alado ocupa en nuestra corte".


XLVII

¿Quién llora así por Adonais? Suspende,

pobre infeliz, tu llanto y piensa en ti

y en lo que él es ahora. Y envuelva

tu alma ardiente la tierra suspendida

y de allí como flechas luminosas

el poder espacioso de tu espíritu

traspase el litoral del universo

hasta que colme su ámbito vacío

y retorne después a un solo punto

de estas noches y días de nosotros,

mas si encendiéndose las esperanzas

te atraen al confín, para no hundirte

aligera el pesado corazón.


XLVIII

O ve a Roma, sepulcro no suyo

mas de nuestra alegría. En vano

fue que edades, imperios, religiones

descansen enterradas en las ruinas

que labraron; la gloria puede darla

él y los suyos, pero nunca aquellos

que el mundo convirtieron en su presa.

En el círculo está de los monarcas

del pensamiento que pugnaron siempre

contra la decadencia de su siglo,

y el pasado solo ellos no trascienden.


XLIX

A Roma ve, que es tumba y paraíso

y ciudad y desierto; sus escombros

se elevan cual montañas sacudidas,

y las hierbas en flor y las fragantes

malezas engalanan el osario

de la desnuda desolación, -sigue

hasta que el genio del lugar te lleve

al talud verdecido que en su prado,

cual sonrisa infantil, sobre los muertos

derrama un grato resplandor de flores.


L

Y tapias grises en torno se derrumban

comidas por las horas indolentes

como tizón blanquizco en fuego sordo.

Y ágil pirámide de trazo excelso,

pabellón que custodia las cenizas

del que soñó ese asilo a su memoria,

alza su flama convertida en mármol.

Y abajo, en la pradera, fresca banda

que plantó en la sonrisa de los cielos

su campo fúnebre, acoge dulce

con apagado aliento al que perdimos.


LI

Detente aquí. Muy jóvenes son estas

tumbas y todavía no han vivido

el dolor que pesaba en cada una,

mas no rompas el sello que cegó

el surtidor de un alma dolorida,

pues hallarás si a tu mansión regresas

tu propia fuente derramando lagrimas.

Contra las agrias ráfagas del mundo

busca asilo en la sombra de una tumba.

¿Por qué temer la suerte de Adonais?


LII

Lo uno queda, lo vario muda y pasa.

La luz del cielo es resplandor eterno,

la tierra sombra efímera. La vida

cual cristalino domo de colores

mancha y quiebra la blanca eternidad

esplendorosa hasta que cae

a los pies de la muerte en mil pedazos.

Para encontrar lo que persigues, ¡muere!

¡Sigue la vía de todo lo que huye!

Flores, ruinas, el cielo azul de Roma,

estatuas, melodías y palabras

no alcanzan la verdad resplandeciente

de la gloria que viven y trasfunden.


LIII

¿Por qué esperas y vuelves y resistes?

Se fueron, corazón, antes de ti

tus esperanzas y dejaron todas

las cosas de la tierra. ¡Parte ya!

Pasó una luz en el rodar del año,

pasó para los hombres y mujeres.

Todo lo grato que en el mundo queda

atrae para perder y se resiste

para agotar tu vida lentamente.

Sonríe el cielo plácido, murmura

cerca el viento. Es Adonais que llama.

Vuela con él, que la vida no aparte

lo que unirá la muerte para siempre.


LIV

Este fulgor cuya sonrisa inflama

al universo, esta pura belleza

en que las cosas obran y palpitan,

esta gracia que nunca extinguirá

la maldición oscura del nacer,

este perenne amor que entre las mallas

que ciegamente van tramando

hombres, bestias y tierra y mar y cielo

refulge esplendoroso o mortecino,

pues todo es un reflejo de la lumbre

que apaga nuestra sed, brilla ora en mí

y consume las nubes de esta fría

mortalidad, olvidadas y solas.


LV

Desciende a mí la vida cuya

esencia invocó el canto. Lejos de la playa

la barca de mi espíritu deriva,

muy lejos de la turba temblorosa

que nunca dió su vela al huracán.

¡La tierra ponderosa se desgaja

de la celeste esfera! Voy llevado

a lejanías de pavura y sombra,

mientras en lo más íntimo del cielo

el alma de Adonais como una estrella,

fulgura en su mansión de eternidad.

5 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page