¡Byron, tu melodía qué dulcemente triste!
Ella armoniza el alma con la ternura, como
si la grata Piedad, con desusado acento,
hubiera ya tocado su laúd quejumbroso
y tú hubieras cogido sus tonos sin dejarlos
fenecer. Eclipsando la angustia no te haces
menos fascinador: tú adornas tu amargura
con un halo de brillo radiante, como cuando
una nube ha ocultado a la luna dorada
y sus bordes se tiñen de un vivo resplandor;
a veces rayos de ámbar penetran las tinieblas
y como vetas blancas cruzan el mármol negro.
¡Sigue cantando, cisne moribundo, y contando
el cuento encantador, el del dolor amable!
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