Vi marchitas mis mejillas y caduca la fuerza de mis brazos,
¡corazón mío! Aún no envejeces. Igual que Diana a su amante,
la dicha, hija del cielo, te despierta del sueño.
Amanece conmigo hacia una nueva juventud ardiente
mi hermana, la dulce naturaleza, y mis amados
valles me sonríen, y mis más queridos bosques
llenos de joviales cantos de pájaros y brisas graciosas
me gritan de puro gusto cordiales saludos.
A ti que rejuveneces corazones y campos, santa primavera,
¡salve! Primogénita del tiempo, reparadora primavera,
primogénita en el seno del tiempo, poderosa,
¡salve a ti! rotas las cadenas, te entona el río cantos festivos
que hacen temblar la ribera. Nosotros los jóvenes, dando traspiés,
nos lanzamos allá donde el río te festeja, mostramos el ardiente pecho,
oh favorable, a tu aliento amoroso, y nos precipitamos
en la corriente y clamamos con ella, y te llamamos hermana.
¡Hermana! Cómo baila toda tu tierra
con infinito amor, y se alza hasta el éter sonriente
en incontable dicha, desde los valles elíseos,
y tú con la varita mágica te acercas, hija del cielo.
¿No vimos con qué amor saluda a su amante orgulloso
el día sagrado, cuando, arrogante tras vencer a las sombras,
arde sobre las montañas, y cuando tiernamente pudorosa
bajo el velo del aire argénteo, mira hacia arriba en dulce espera,
hasta que arde por él, y sus hijos serenos,
todos, flores y bosques, y sembrados, y viñas que verdeguean.
Ahora duerme, duerme con tus hijos serenos,
¡madre Tierra! Pues hace tiempo que Helios condujo
al establo sus corceles fogosos, y los benévolos héroes del cielo,
Perseo por ahí y Hércules por allá, pasan en callado
amor, y quedamente murmura el aliento de la noche
al acariciar tu alegre sembrado, y los lejanos arroyos cantores
sisean cantos de cuna.
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