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Foto del escritorAmenhotep VII

Lo que la sabiduría antigua espera de sus discípulos - Manly Palmer Hall



ADVERTENCIA A LOS ESOTERISTAS


Por más que hoy día sea grande el número de movimientos religiosos tanto

heterodoxos como ortodoxos, son muy pocas las organizaciones de esa naturaleza

que inspiran a sus feligreses a servir a sus semejantes, dándoles orientaciones a la vez

prácticas y espirituales. Uno a uno, los diversos cultos están siendo absorbidos por el

materialismo y el espíritu comercial del mundo en el cual por necesidad fueron

establecidos. No debe extrañarnos esto, puesto que muy difícilmente podríamos

separar nuestra religión de nuestra vida cotidiana. Podremos darle múltiples nombres,

pero ello no obstará para que la religión siga reflejando las creencias y el carácter

moral de quienes configuran su organización.

Las formas modernas de vida no son saludables, las organizaciones erigidas por

gente insana no pueden ser normales. El comercialismo ha atacado todas las esferas

de la sociedad, se ha infiltrado en todos los aspectos de la vida. El género humano de

nuestra actualidad se ha enloquecido con la sed del dinero. Está enfermo de “ventajas

personales”. No hará nada por servir al prójimo; en cambio hará todo lo posible para

que su mediocridad se transforme de la noche a la mañana en un poder comercial. El

esfuerzo identificado con la falta de ética de la competencia es la responsable

absoluta de estas condiciones de vida. La concusión ha eclosionado en todas las

manifestaciones de la vida. No hay institución que no esté tocada, en cierta forma

más o menos atenuada, de deshonestidad moral, y dado que no hay forma de vida que

no esté comercializada y pervertida, tampoco podremos esperar que la religión haya

escapado a esto.

La historia no registra prostitución mayor que la que hoy día se enmascara bajo el

nombre de “psicología” y “nuevo pensamiento”. El arte de atontar al público ha

evolucionado desde la bufonada innoble de la Edad Media hasta el pulcro fariseísmo

del siglo veinte. Del mismo modo en que las gaviotas siguen al barco, esta verdadera

maldición de los tiempos contemporáneos ha seguido la cresta de la ola de

autosuficiencia y perversión moral que produjo nuestra era comercial.

Bien entendidas, esto es, aplicadas al servicio de la humanidad, la psicología, la

metafísica y el “nuevo pensamiento” resultan muy recomendables; más aún, sus

verdades constituyen necesidades candentes para la humanidad ignorante de nuestros

días. Pero, ¿qué es lo que ha ocurrido? Esos nombres han sido utilizados para

concitar toda clase de infamias, en lo mental, lo moral, lo espiritual y lo físico, a tal

grado que hoy día sólo conocemos la prostitución y la comercialización de las

verdades por las cuales estas ciencias fueron creadas. Sus resultados se basan en la

premisa de que la gente con quien trabajan, es demasiado ignorante para cobrar

conciencia de la injuria que se está cometiendo con ella.

No debe creerse que estamos atacando los principios que fundamentan esos cultos

y filosofías, como así tampoco la verdad que tales cultos y filosofías representan. Ni

atacamos a la gente sincera que trata de ayudar a otros a formar y desarrollar el

carácter. Sólo atacamos a la perversión de la verdad y a las personas que, ocultando

sus crímenes bajo el manto de la sabiduría, desvían deliberada y conscientemente al

público buscando solamente el engrandecimiento y enriquecimiento propio.

En el capítulo 14, versículo 30 del Evangelio de San Juan, dice Jesús: “Ya no

hablaré mucho con vosotros: porque viene el príncipe de este mundo; mas no tiene

nada de mi.” La Antigua Sabiduría no es de este mundo, pertenece a una esfera

totalmente distinta. No le interesa a ella mejorar la condición material del individuo

desde el punto de vista de ubicar a éste en posiciones ejecutivas o de rodearlo de

opulencia. La Antigua Sabiduría trata de formar el carácter del ser humano, sabiendo

que si se lo lleva a hallarse y a dominarse a si mismo, se habrá logrado mucho más

que si se lo convierte en líder o rector de multitudes.

La Verdad expresa la síntesis de la Sabiduría Divina. La Verdad es la eterna

realidad de las cosas. La psicología y la metafísica, tal como se enseñan en nuestros

días, no son verdaderas, y las cosas enseñadas bajo la denominación de “verdad” no

son nada mejores que aquellos que las enseñan. Un hecho intelectual no es

necesariamente una verdad, y su mala aplicación constituye siempre una falsedad.

Cuando el individuo trata de ganar eficiencia burocrática a expensas de otros;

cuando asiste a una escuela nocturna con el fin de aprender a ser un ratero moral,

cobra el privilegio de actuar “a su manera”, en la medida en que esté dispuesto a

aceptar las consecuencias del karma. Recordemos que cuando Lucifer decidió

rebelarse contra Dios, la deidad le permitió hacerlo. Es desmoralizador para una

comunidad el que la gente crea que Dios da o autoriza a que se dé clases de astucia

comercial, de “ventajerismo”, de impedir juicios hipotecarios, o que Él recomienda

meditar en silencio con el fin de eliminar cónyuges indeseables. La psicología

moderna ha hecho aparecer deshonesto a Dios, tan deshonesto como las personas que

promulgan estas doctrinas. Todo esto obra con efecto destructivo sobre la vida y la

salud del género humano. Veamos algunos puntos en que la Sabiduría Antigua era

firme y la religión moderna es endeble. Los tomaremos del mundo que nos rodea, del

mundo cotidiano, sin necesidad de entrar en abstracciones.

1.- En todo lo que se refiera a la adquisición de conocimientos, la Sabiduría

Antigua dice: “Primeramente, purifica tu propia vida.” Esto quiere decir exactamente

lo que dice. Hasta que el egoísmo no haya sido desterrado del alma del estudiante,

éste no podrá tener ninguna aspiración de conocimiento que le sirva para propósito

alguno más alto que el del estímulo mental. Los cultos psicológicos del mundo

moderno pasan esto enteramente por alto y omiten subrayar las virtudes esenciales de

la naturaleza humana; en cambio, ponen énfasis en los deseos, en los apetitos de

cosas que no pueden ser alcanzadas por medios normales. En un tiempo los hombres

morían por la Verdad; ahora la Verdad muere en manos de los hombres.

2.- Los apóstoles que murieron por su fe, los cristianos que cantaban en la arena

mientras se soltaba sobre ellos a los leones hambrientos, o se los colgaba de estacas

para que, convertidos en antorchas vivientes, iluminasen los jardines del palacio de

Nerón, era gente que dio demostraciones vivas de sinceridad, humildad, honestidad y

devoción a los primeros seguidores de Cristo. El propio Maestro fue guiado a la

montaña por los demonios, y tentado por la visión de las fastuosas ciudades tendidas

en los valles. Los antiguos iniciados fueron tentados por las cosas de este mundo.

Buddha, junto a la cuna de su pequeño hijo renunció a las riquezas de la vida

mundana y se decidió por la vida peregrina del asceta. La gran necesidad de

misericordia inundó su alma, y lo sacrificó todo a su amor grande y desinteresado.

Las voces mundanas tientan de continuo a los estudiantes; sólo los que son fuertes

alcanzarán la sabiduría que buscan. El verdadero ocultista no aspira más que a la

sabiduría. Cuando Salomón levantó sus manos a su Dios, Jehová habló desde los

cielos para preguntarle qué quería, y Salomón respondió pidiéndole el don de la

sabiduría. Jehová le preguntó si no deseaba alguna otra cosa; Salomón respondió:

“No; solo quiero sabiduría”. Y Dios dijo a Salomón que por haber pedido únicamente

la sabiduría, le daría además todas las otras cosas, y que a partir de ese día y hasta el

fin del mundo, no habría rey más rico, más grande ni más lleno de bendiciones que él.

Estos son puntos dignos de ser considerados a la luz de la psicología moderna.

No bien escuchamos las palabras de los exponentes modernos de las cosas

divinas, echamos de ver que logran convertir a la gente al ofrecer al ignorante

precisamente las mismas cosas que los maestros antiguos rechazaron como

tentaciones del demonio. Los líderes de los nuevos cultos prometen repetidamente a

sus discípulos las “ciudades de los valles”. Y los crédulos seguidores de tales

“maestros modernos” se atropellan unos a otros para caer a sus pies y aprender cómo,

a través de la “personalidad magnética” o la “gimnasia mental” se puede adquirir las

posesiones terrenales que los “maestros modernos” les han prometido. El crimen no

está en desear las cosas de este mundo, pues hasta cierto punto, esas cosas son

necesarias y buenas. El hombre no estaría ubicado en su esfera si no esperase lograr

algún provecho de su estudio y su experiencia. El crimen, el mal, está en simular que

estas doctrinas pervertidas obedecen a una inspiración espiritual y el asumir que el

deseo principal de Dios es hacer que la gente alcance la independencia económica.

3.- Compare el lector a los iniciados de otros tiempos, luchando para convertir a

gente que no podía entenderlos, combatiendo la idolatría y la superstición, tratando

de modelar un concepto más verdadero, más noble de la vida, peregrinando días y

días por las ardientes arenas, como Moisés en el desierto, compare el lector a esas

verdaderas mentes rectoras con las vanidosas mentes “rectoras” de nuestros días, y

pregúntese luego a quién de ellos podría seguir. El género humano jamás ha deseado

lo que le hace el mayor bien, pero, al igual que una criatura, tiende los brazos y llora

pidiendo la luna. Hoy el género humano ignora qué es lo bueno para él; los

individuos, en lugar de tratar de desarrollar simétricamente, armoniosamente, su

constitución, han enloquecido tras un sistema de abracadabra filosófico que promete

“algo” por nada, y permuta la sabiduría divina a precios módicos.

4.- Sin esfuerzo, no hay inspiración; nadie puede cumplir por nosotros las tareas

que a nosotros están encomendadas. La Sabiduría Antigua exigía muchos años de

purificación y de preparación antes de que sus adeptos pudiesen considerarse aptos

para impartir aún la instrucción más elemental. En cambio hay muchos ocultistas

modernos que enseñan volublemente la matemática pitagórica y la numerología, y si

uno asistiera sus “clases” todos los días por espacio de una semana, quedaría

pasmado, por cierto en grado extremo, de lo poco que estos saben. Los ocultistas

modernos se extrañan que la mayoría de las claves de los misterios pitagóricos se

hayan perdido para el mundo. La respuesta es simple. Jamás Pitágoras instruyó a

ningún discípulo suyo en ninguno de sus conceptos filosóficos, antes de que tales

discípulos hubiesen pasado por cinco años de la más estricta disciplina: entre otras

cosas, una de las prescripciones de tal disciplina era la de que, durante los cinco años,

no debían pronunciar una sola palabra, de manera de que luego supiesen sujetar la

lengua. Realmente, tendríamos mucho menos trabajo si nuestros psicólogos actuales

dejasen de hablar durante cinco años dado que la mayoría de ellos no predica con más

fundamento que el de la elocuencia que le da un estudio de dos semanas adquirido de

alguien no mejor informado que ellos mismos.

5.- Hay otra clase de gente que discute el problema del infinito con la soltura más

increíble, cuando todavía no ha llegado a ponerse de acuerdo con lo finito. Una de las

reglas más interesantes de la Sabiduría Antigua es la de que ninguno de los iniciados

debe discutir el Absoluto. Explican la hipótesis de la Causa Primera, pero establecen

al fin que ningún ser humano, incluidos ellos mismos, conoce lo suficiente como para

emitir una opinión o una definición inteligente al respecto; y ningún hombre sabio

pretende discutir sobre lo que no conoce.

Cuando preguntaron a Buddha acerca de lo Absoluto, rehusó discutir el tema. El

mismo silencio observó con respecto a los dioses, pues sentía que estaban por encima

del plano de la inteligencia humana. Se le consideró, por consecuencia, ateo o, al

menos, panteísta, cuando en realidad fue su respeto y reverencia a la deidad lo que lo

llevó, en su sublime sabiduría, a dejar de pronunciar palabras cuya insuficiencia no

haría más que profanar las cosas sagradas. Cuando los discípulos de Sócrates

interrogaron a su maestro acerca de lo absoluto, éste rehusó discutir el tema, diciendo

que ello sobrepasaba su saber, amen de que no tenía finalidad práctica en la vida

cotidiana. Pero siempre habrá tontos que se zambullen donde los ángeles no se

atreven a entrar. Mientras las inteligencias más grandes que produjo la humanidad no

se atrevían a profanar con palabras lo que consideraban demasiado sagrado para ser

abarcado por palabras, más de una persona sin información, ni idoneidad, ni nada

mejor, trata de impresionar a los ignorantes con la discusión voluble de cosas que no

conoce.

6.- Sólo hay una serie de verdaderos ejercicios en el mundo: los llamados

ejercicios esotéricos. Todas las naciones los han adoptado, agregando alguna

modificación necesaria a las particularidades de raza, color y cualidades orgánicas.

Los cristianos tomaron los suyos de los judíos, los judíos de los egipcios, los egipcios

de los brahmans, y, así sucesivamente ad infinitum. Al dar Buddha una fe a la India,

no hizo más que dar una doctrina para la consideración del pueblo, pues, siendo él

mismo un Brahman, siguió el culto brahmánico de los ejercicios esotéricos. Los así

llamados ejercicios esotéricos son aquellas fórmulas dadas directamente por labios de

los iniciados a sus discípulos, bajo la promesa del secreto más absoluto, con el fin de

que tales discípulos practiquen esos ejercicios para la espiritualización, eterización y

purificación de sus cuerpos.

Uno de los peores crímenes de entre los que se cometen hoy en día es el de la

enseñanza, por parte de “ocultistas” actuales, de prácticas dementes, homicidas y

suicidas, encubiertas bajo la divisa de “instrucciones esotéricas”. Si estas prácticas o

“instrucciones”, son llevadas a cabo persistentemente, ocasionarán con frecuencia la

muerte del incauto estudiante. Una característica de la mente común de Occidente es

el de su incapacidad para concentrarse con intensidad durante el tiempo suficiente

sobre ninguna cosa; esto resulta favorable cuando evita el caer víctima de los

ocultistas falsos de nuestros días. Las instrucciones esotéricas que han ido a parar a

manos de gente inhábil, ha sido a consecuencia de la traición a los votos que

cometieron algunos iniciados de grados inferiores los cuales no fueron merecedores

de haber adquirido tales instrucciones. Para recibirlas de esas fuentes, el recipiente

también tiene que convertirse en cómplice del crimen. No sólo eso, sino que, además,

el estudioso que accede a escuchar las instrucciones falsamente obtenidas, anula toda

posibilidad de adquirir cualquier bien que en otra forma podría obtener, para si

mismo.

Nadie que haya recibido las instrucciones sin la necesaria, preparación y

aprendizaje que prescribe la Gran Escuela, podrá alcanzar la penetración espiritual

anhelada. Mucho aflige a los Maestros ver a gente que, pudiendo obtener mejor

realización, chapucea con así llamados ejercicios esotéricos, reuniéndose en círculos,

meditando teatralmente, revolviendo los ojos y esperando sentados en recintos

oscurecidos a la espera de alguna visión etérea. Pero no es el solo hecho de que haya

gente que hace esto lo que aflige a los Maestros. Lo peor es la comprobación de que

existen discípulos cuyo poder de discriminación ha permanecido en un nivel tan bajo

que les permita ser cómplices de tales absurdos. No queremos decir con esto que no

verán cosas, oirán voces y obtendrán ciertos poderes mediúmnicos. Queremos decir

que serán menos útiles después de haber obtenido tales poderes que antes de haberlos

adquirido, pues tendrán que desaprender lo aprendido sin sabiduría.

7.- Los Maestros están siempre dispuestos a confiar en los discípulos y estudiosos

que se muestren deseosos de recibir esa sabiduría que tan perentoriamente necesita el

mundo. Si el estudioso desea convertirse en Maestro, se le propondrá una misión; que

cumplir; naturalmente, si se prepara honesta, sincera e inteligentemente. La razón por

la cual se imparten tantas falsas doctrinas radica en que la gente que tiene idea de

ellas no se pregunta a sí misma si “esta teoría que tengo es verdadera”. ¿Estoy

viviendo la clase de vida que me permita recibir en mi alma la Verdad?. ¿Soy

desinteresado, franco, obediente, humilde y consagrado a mi tarea?. ¿He llegado a

desarrollar mi mente de manera tal que ya pueda pensar?. ¿He abierto mi corazón de

manera que ya pueda sentir?. Si no lo he hecho, la cosa que he recibido ha sido

deformada por el cristal a través del cual reluce, de modo que lo único que podré dar

al mundo es una imagen deforme, una representación deshonesta de la verdad.

¿Consagro mi vida actual, con todo lo que soy, desinteresadamente y sin reservas, a

mi tarea, o no soy más que un chapucero intelectual?. ¿Soy un triunfador o un

fracasado en la vida?. ¿Estoy rodeado de amigos o de enemigos hechos por mí

mismo?. ¿Me respeta mi comunidad?. ¿Dejo que los demás vivan su propia vida o

trato de imponer mis creencias a cuanta persona entre en contacto conmigo?. ¿He

recibido o no he recibido, conscientemente y por encima de toda posibilidad de

exageración mental, la instrucción personal de las verdaderas escuelas ocultistas?. Yo

y sólo yo sé esto. El resto del mundo, excepto unos pocos iluminados, tiene que creer

en lo que digo. Si no he recibido tal instrucción, ¿soy lo suficientemente grande como

para admitirlo y decir, con respecto a mis doctrinas, que no son más que opiniones

personales mías; o proclamo tales opiniones como verdades universales, basado

simplemente en el hecho de que yo creo en ellas?.

El estudiante ha de plantearse todas estas preguntas, pues sólo él podrá

responderlas; si no es honesto en punto a estas verdades fundamentales, puede llegar

a perjudicar a mucha gente. Si cada maestro y discípulo se interrogase a sí mismo de

ese modo, se evitaría muchas aflicciones, pues maestro y discípulo reconocerían que

del mismo modo en que un árbol enfermo no puede dar buenos frutos, un cuerpo

lleno de pecado o una mente pervertida, no pueden transmitir sabiduría. Lo igual

engendra lo igual; el individuo excéntrico tiene ideas excéntricas, mientras que la

mente sana ve las cosas sanamente.

8.- Los psicólogos de hoy día nos enseñan que una persona puede influir sobre

otra y llevarla a hacer cosas contrarias a su naturaleza. Es por eso que todo estudioso

de las Escuelas de Misterios ha de tener cuidado, si es que estudia con algún

psicólogo de que este psicólogo no lo esté “psicologizando”. Si alguien le enseña a

uno cómo aventajar al prójimo, cómo utilizarlo para los propios fines, habrá que tener

cuidado en que ese alguien no descubra la credulidad de uno y la capitalice por medio

de la demostración de lo “aplicable” que resulta su filosofía. Estas cosas obran de dos

modos; si uno espera “psicologizar” a otros, tendrá que estar dispuesto a ser

“psicologizado” por esos otros. Pues la regla que no obre de dos maneras es una regla

bien pobre. Lo que la gente quiere es que se invierta esta regla para su beneficio. La

psicología “psicologizó” al público hasta que, en la misma forma que los niños

siguieron al flautista de Hamelín, las mentes infantiles siguen las enseñanzas falsas

hasta perderse en lo desconocido.

9.- Entre los así llamados estudiantes de la verdad vemos los frutos del engaño

que padece el mundo, enfermizos, nerviosos, incapaces de resolver sus propios

problemas, lo pasan tratando de curarse los unos a los otros y esperando, como

Micawbers espirituales, que ocurra algo. Hubo un tiempo en que esta gente fue útil,

en que tales “estudiosos” fueron miembros inteligentes de su comunidad; pero

actualmente se han enredado tanto en absurdos mentales que ya no prestan ninguna

utilidad ni a sí mismos ni a la sociedad en general. Los más de entre ellos son como

espantajos que asustan a sus semejantes apartándolos de la senda de la sabiduría.

10.- La Sabiduría Antigua es sana y sensata. Trata de resolver los problemas que

nos acosan hoy día. Es espiritual y racional en el sentido más elevado de la palabra.

Trata de capacitar en mayor grado a hombres y mujeres, para encarar los problemas

de las generaciones futuras. Se basa en las leyes de causa y efecto. No tiene fórmulas

“patentadas”, ni “fórmulas sintéticas”, sino que moldea firme y sólidamente los

caracteres de quienes se unen y colaboran con ella. La Sabiduría Antigua no es

impartida por maestros juglarescos, sino por grandes mentalidades que se han

dedicado desde el comienzo del mundo a la promulgación de las verdades sagradas.

La Antigua Sabiduría habla con la experiencia de la eternidad, puesto que ha guiado y

dado el ser a miles de naciones y sepultando a otras tantas cuando se desviaron del

camino recto. Las naciones de la antigüedad que todavía existen son aquellas que han

conservado sus leyes, mientras que las naciones que han caído, que han desaparecido,

son aquellas que ignoraron los mandamientos de la Sabiduría Antigua.

No hay honor más insigne que el de ser llamado al servicio de esta eterna

Sabiduría, que existió antes de todo principio y que, al final, llegará a ser el cuerpo

exotérico visible que rija el planeta. Al trasponer las puertas del templo de esta

Sabiduría, el ser humano pasa de lo temporal a lo eterno, de la ignorancia a la

sabiduría. Es fuerte y grande esta Sabiduría Antigua. Es la tierra humedecida por las

aguas de la vida, donde arraigan las semillas de toda doctrina, fe y religión. Toda

doctrina, toda fe y toda religión se nutren, crecen y dependen de ella, florecen y se

glorifican; y el oscuro suelo, el misterioso humus de donde surgen es la Sabiduría

Antigua. De ella vienen; a ella retornarán. Son temporales; ella es eterna.


EL ADVENIMIENTO DE LAS ESCUELAS DE MISTERIOS


Desde los tiempos más remotos, la creencia en un Ser superior y supremo, que se

manifiesta en la totalidad de lo que el ser humano sólo manifiesta en parte, ha sido

una verdad y creencia básica compartida por todos los humanos. El hombre

primitivo, abriéndose paso por el lodo y el fango de los pantanos paleozoicos, se

golpeaba el velludo pecho con sus largos y deformes brazos y elevaba su grito hacia

un Dios desconocido. Y hasta los velludos antropoides de nuestros días, según nos

cuentan los exploradores, tienen ciertos rudimentos de prácticas religiosas. Sin alma

pero sapientes, elevan al cielo sus caras semihumanas y juntan sus manos como para

rezar. Nadie sabe desde cuándo existe el espíritu de veneración - el intenso deseo de

expresar la gratitud por el simple privilegio de existir -, pero no cabe duda de que es

tan antiguo como la historia misma. Los primeros escritos que se conocen se refieren

a los dioses. Probablemente, los primeros edificios fueron templos, pues día a día

vamos cobrando conciencia cada vez mayor de que toda estructura existente en la

naturaleza es un santuario construido sin acompañamiento de voces humanas o

golpes de martillo. Pero no sólo es un santuario, sino también un altar. Y no sólo es

un altar, sino también la ofrenda que se hace en el altar. No hay voz, no hay pueblo

que no rinda culto a algún Dios, a alguna presencia sentida en silencio, a algún poder

visto en el cielo.

La totalidad de los seres humanos se dividen en cuatro clases generales, pero cada

ser humano vive únicamente en una parte de si mismo, o, más bien, reduce las

restantes partes para hacer resaltar por encima de ellas su parte predominante. La más

baja de tales divisiones es la de la naturaleza física; los que en ella residen son de

“tierra”, son “terrestres”; no viven más que para la satisfacción de su naturaleza

física. Su idea del cielo es la de un lugar donde hay mucha comida, mucho fasto y

poco a ningún trabajo que realizar. Son los Sudras Brahmánicos, quienes nacidos en

cadenas, están condenados a vivir y morir atados a los grillos de la baja calidad

orgánica. La misma estructura de sus carnes y huesos les impide tanto la fineza o

perfección del cuerpo como la del alma. Las mentes de tales seres sólo funcionan en

parte. Sus cuerpos antes parecen prisiones que lugares de residencia. Se diferencian

de los otros temperamentos como el caballo de tiro se diferencia del caballo árabe de

pura raza. Lo mismo que caballos de tiro, tales seres viven para llevar a cabo las

tareas más bajas, sumidos en el tráfago de sus mediocres destinos. Son los

trabajadores que, en verdad, se ganan el pan con el sudor de su frente. Si se les da

opulencia, no son capaces de mantenerse en ella. Si se los rodea de lujo, son

incapaces de apreciarlo. Son los seres oscuros, terrestres, que deben inclinarse por

siempre ante la inteligencia. No aman a Dios porque no lo comprenden. Son como los

velludos antropoides, que elevan los brazos hacia elementos desconocidos.

La segunda división es la de los artesanos, de los que trabajan con la mente y con

las manos. Son los hombres pardos del mito hindú. Compran, venden y permutan. A

su torpeza básica se agrega un poco de astucia e inteligencia. Con esta astucia e

inteligencia, dominan a quienes no las poseen. Son los mezquinos tenderos, y

también los que procuran trocar gradualmente el trabajo manual por el trabajo mental.

No disponiendo del organismo mental apto para razonar, dependen, en su religión, de

aquellos quienes piensan por ellos. Son éstos quienes dejan que la clerecía resuelva

sus problemas espirituales, sintiéndose incapaces de cargar con el honor de los

pensamientos profundos. Como resultado de esto, su idea de la eternidad es más bien

abstracta y su credulidad es empleada en beneficio comercial de cierto tipo de

mentalidades que considera legítimo el capitalizar la ignorancia ajena.

La tercera clase es la de los científicos. Con el microscopio, el telescopio y otros

aparatos más complicados, los representantes de este tipo llegan a los límites de lo

conocido y hacen la guerra al caos ilimitado. Los que hacen esta guerra por la causa

de la ciencia son, las más de las veces, pensadores concretos que van hasta donde los

llevan sus instrumentos, y en el límite, se detienen a la espera de que instrumentos

más poderosos les permitan continuar el camino. En lo religioso, la mayoría de estas

mentalidades son ateas, salvo el caso de que tengan dos normas de vida, una para los

seis días de trabajo en el laboratorio, y otra para el séptimo día, en que van a la

iglesia. Los milagros de la teología no pueden ser sometidos al análisis químico. En

consecuencia, el mundo científico los toma cum grano salis, de donde deriva la

controversia actual entre ciencia y teología, que cada generación transmite a la

desvalida posteridad, la que siempre llega al mundo en el momento oportuno para

entrar en debate.

El cuarto grupo, el más elevado de todos, abarca a filósofos, músicos y artistas

que viven en un mundo mental de carácter abstracto, rodeados de sueños y visiones

desconocidas e irrecognoscibles para los otros tres tipos. Se han elevado por encima

del mundo de la educación académica y han alcanzado el mundo del idealismo

creador, que, al presente, constituye la función más alta de la mente humana. Este

mundo es el lugar de residencia del genio, de la invención, de las cosas que las

mentalidades inferiores pueden aceptar pero no analizar. En lo religioso, estos

espíritus son deístas. Los más de entre ellos son monoteístas. Varios de ellos son

místicos u ocultistas, y aun cuando todavía no hubieren llegado al plano del

reconocimiento de sus doctrinas, no por eso dejan de pertenecer al tipo superior de

inteligencias, capaz de atravesar el velo que separa la sombra de la sustancia.

En toda naturaleza humana hay cierta expresión de instinto primitivo. Junto al

apetito de comida, que expresa el hambre de la naturaleza material y el apetito de

libertad, que expresa el hambre de la naturaleza intelectual, nos encontramos con la

apreciación de lo desconocido; esa aspiración da testimonio de la existencia de un

germen latente de la naturaleza espiritual que, de alguna manera y en algún lugar de

la constitución de todo ser viviente, dormita en forma aparentemente inanimada.

En cuanto el ser humano fue capaz de razonar, volvió su mente sobre sí

mismo. Trató de hallar una solución al misterio de su propia existencia, misterio que

día a día le revelaba con mayor plenitud su propia inteligencia en pleno desarrollo.

¿Qué soy yo?. ¿Por qué estoy aquí?. ¿Qué hay más allá de la línea del horizonte de lo

por venir?. Estos fueron los grandes problemas con que se enfrentó el hombre

primitivo; y estos son también los grandes problemas con que se enfrentan el hombre

y la mujer de nuestros días. Las religiones fueron evolucionando gradualmente, a

medida que el hombre trataba de explicarse a sí mismo. En un tiempo, las religiones

fueron pocas y sencillas, hoy son numerosas y complejas. Esto nos revela en sí

mismo la facultad de constante desarrollo de la mente humana. El hombre primitivo

no podía contar más allá de los dedos de su mano; más tarde, la mente humana

comprendió la matemática, y con esta ciencia puede ahora realizar cálculos infinitos

con cierto grado de inteligencia. La prueba más palpable de la evolución de la mente

humana se halla en el desarrollo de los trabajos del hombre. El tronco ahuecado que

usaba el primitivo para navegar ha llegado a ser el imponente vapor de nuestros días.

Este gran desarrollo, que fue produciéndose a través de las edades, no es resultado de

ninguna transformación milagrosa de sustancias naturales, sino del crecimiento

gradual de la mente humana, la cual va complicando cada vez más sus actividades,

formas y relaciones, como consecuencia de sus funciones eternamente en aumento.

La religión es el resultado de muchas edades de hambre espiritual, cuando el alma

del hombre primitivo, hallándose a sí misma insuficiente, se postró con pavor ante la

inmensidad de la naturaleza, en cuya grandiosidad infinita aquélla vio un poder

mucho más grande que el suyo propio. El salvaje se volvió a los vientos y halló en

ellos algo superior a él mismo. Tembló de pavor ante la voz del trueno; quedó

postrado de terror cuando las grandes tormentas rugían a través del mundo primitivo

y los cráteres de los volcanes vomitaron piedras ígneas y cenizas candentes. Ofreció

sacrificios a los dioses del éter para que lo perdonaran.; lloró y clamó en la cumbre de

las montañas y ofreció incienso a los astros, como no hallaba a Dios en ninguna parte,

le ofrendó sacrificios en todas partes. Vio que las cosechas se quemaban por falta de

agua, que sus hijos se enfermaban delante de él. Sus esperanzas eran destruidas por

una cosa desconocida, innombrada, que él no entendía, y la que era el factor

determinante de todo pensamiento y de toda acción de su vida. No cabe duda de que

fue en esa forma que se originó la primera religión, tal y como la concibe el ser

humano primitivo. Recordemos las palabras de Pope: “Io, el pobre indio, cuyo

espíritu inculto ve a Dios en las nubes y lo oye en el viento”.

El hombre es pequeño; la naturaleza es grande. El hombre es finito; la naturaleza

es infinita. El hombre parece, en su lucha contra la naturaleza, un frágil barquichuelo

batido por las olas. En los interminables giros y ciclos de pulimento de la naturaleza

el hombre antiguo reconoció la presencia del poder. Se dio cuenta que había algo que

era más grande que él mismo, que existía un poder supremo. Anheló procurárselo

para sí y durante millones de años luchó, como Hiawatha y el rey Maize, para extraer

de ese poder desconocido el secreto de su grandeza. Como Isis, conjuró a Ra a que

revelara su nombre, y trató una y otra vez de descorrer el velo de la Virgen del

Mundo. Descubrió que algunas de sus acciones lo destruían, mientras que otras le

traían paz y bienestar. Trató de discernir entre ellas y en el por qué de tal distinción,

consciente de que su propia existencia dependía de la sabiduría con que escogiese.

Dándose al fin cuenta de que no podría dominar a la naturaleza por la fuerza, trató

de dominarla por la obediencia. Nuestros códigos religiosos son resultado de los

experimentos primitivos con que la mente humana, luchando por subsistir, fue

conociendo gradualmente la voluntad de la naturaleza y amoldándose a esa voluntad.

Tenemos hoy día el privilegio de poder echar una ojeada retrospectiva a la

historia del género humano y de valernos de la experiencia acumulada en las edades

históricas. Los santos, los sabios y los redentores vivieron y murieron luchando con el

problema del destino humano. Los frutos de sus trabajos se conservan para nosotros

en las escrituras y filosofías de todas las naciones. ¿Qué son los así llamados Libros

Sagrados?. ¿No son únicamente el resultado de la contribución al conocimiento del

mundo, que hicieron aquellos que, habiendo dedicado sus vidas a los problemas de la

humanidad y habiendo aprendido a resolverlos, peregrinaron solos y sin temor por los

mundos causales que el hombre llama “naturaleza?”.

El hombre fue creando paulatinamente el cuerpo o institución que llama

“religión”. Un templo mental: sostenido por cierta cantidad de columnas, una

columna por cada fe humana. El este, el oeste, el norte y el sur han contribuido a la

fuerza o a la belleza de ese templo. El edificio, no obstante, es una cosa material. Es

la ofrenda del hombre a lo Desconocido. Del mismo modo en que el espíritu entra en

el cuerpo cuando el embrión alcanza cierto grado de evolución, el espíritu de la

Verdad entra en el cuerpo religioso cuando ésta se halla preparada para tal

advenimiento. El mundo tiene muchas religiones, pero la naturaleza no tiene más que

una sola Verdad. Toda fe y doctrina son otras tantas contribuciones al conocimiento

de esa sola Verdad. Todas las doctrinas expresan un solo ideal a través de una

multitud de lenguas. Hay una Babel en la Tierra, pero hay una sola en los cielos. Toda

fe busca de respuesta a la única pregunta: “¿Cuál es el fin de la existencia?”. Cada

respuesta es diferente. Reunidas todas ellas en su diversidad, es la Verdad lo que

queda establecido. La Verdad es la suma de todas estas cosas. La realidad es todas las

cosas en todos los seres humanos.

La Sabiduría Antigua es el lado invisible, espiritual de la religión, lo que vivifica

el cuerpo de la religión. Es el espíritu único que habla a través de una multitud de

lenguas. Es aquella presencia que entra cuando su templo ha sido construido por el

cuerpo de sus trabajadores. Vivifica el cuerpo de la fe, le confiere animación y no

simplemente una serie de envolturas o esqueletos. Como los dioses de la India, tiene

muchos brazos y muchas cabezas, pero un solo corazón.

En la época prístina de la diferenciación humana, el hombre no podía gobernarse

a sí mismo, pero estaba regido por quienes la naturaleza había encargado que lo

cuidasen y lo llevasen al grado de evolución en que fuese ya capaz de cuidar de sí

mismo. Se nos dijo que cuando nuestro sistema solar comenzó a actuar, los espíritus

de seres sabios provenientes de otros sistemas solares vinieron hacia nosotros y nos

mostraron las rutas de la sabiduría, para que tuviéramos por derecho de nacimiento el

adquirir ese conocimiento que Dios da a todos los seres de su Creación. Dícese que

fueron esos espíritus de seres sabios provenientes de otros sistemas solares los que

fundaron las Escuelas de Misterios de la Sabiduría Antigua, pues esta Sabiduría era el

conocimiento de la voluntad de la naturaleza con respeto a sus criaturas. El arte más

elevado de todos los mundos es el arte de ser natural, pues lo que es natural

sobrevivirá. Durante edades enteras, la religión se fundó en hipótesis falsas. Trató de

llenar el mundo de milagros y de cosas antinaturales. Trató de tiranizar y de

dogmatizar. Por esta razón, está fracasando. La religión es, no cabe duda, un cuerpo,

pero actualmente es un cuerpo sin alma. No ha construido su tabernáculo de acuerdo

a la ley. No sirve honestamente ni inteligentemente a las necesidades del género

humano, sino que antes bien se enreda a sí misma y enreda a sus miembros o

feligreses en interminables disentimientos de credos, doctrinas y códigos, habiendo

olvidado enteramente el espíritu de la Verdad. Como consecuencia de esto, uno de los

elementos más importantes de la vida humana está desapareciendo gradualmente de

la faz de la Tierra; y a falta de una religión honesta, inteligente, bien intencionada y

progresista, tenemos una edad de materialismo extremado, en que el Dios de los

hombres se trueca, de figura dorada de un Dios desconocido, en moneda dorada de

“uso práctico” diverso.

La Sabiduría Antigua nos dice que sólo hay una religión y que el germen de esta

religión fue plantado en las almas de las cosas en el comienzo del mundo. Este

germen llegó a ser un poderoso árbol, con sus raíces en el cielo y sus ramas en la

tierra, como el banyan de la India. Del mismo modo en que todas las ramas penden

del mismo tronco, todos los credos y religiones dependen de una misma fuente, de

una misma luz, por todo lo que han sido, son o serán por siempre jamás. Algunas

ramas son largas y fuertes; otras, cortas y débiles, pero a través de todas ellas corre la

misma vida. Esa vida es luz, y esa luz es la vida del ser humano.

La Sabiduría Antigua no sabe, ni de cristianos, ni de gentiles, ni de paganos. No

reconoce más que la existencia de varias ramas pendientes de un mismo árbol; cada

rama es en sí misma incompleta, pero forma parte del árbol de la Fe. El árbol no pide

nada a las ramas; lo único que espera es que las ramas sean fieles al árbol y den

Testimonio veraz de la vida que corre por el árbol. La Antigua Sabiduría es la vida

que corre por el Árbol de la Fe. Nosotros no vemos la vida. Sólo vemos las hojas y

las ramas que dan testimonio de la vida, pero a su debido tiempo se cumple el

milagro del árbol. La vida del árbol es glorificada en el brote y en la flor. La vida del

árbol se consuma en el fruto. La gloria de la vida de ese árbol está en la nueva semilla

que testimonia plenamente el poder creador de todo lo que acaba de producirse y ha

ocurrido antes. Este árbol es, ciertamente, el Árbol de la Vida, pues sin los

sentimientos elevados y excelsos, el ser humano no vive, sino que simplemente

existe. Si alguna de las ramas de ese árbol no da frutos, el Maestro nos dice que hay

que cortarla y arrojarla al fuego. Es deber de todo ser viviente al realizar tareas

verdaderamente constructivas, en reconocimiento de la vida divina que alienta en él.

La mejor manera de glorificar a Dios es la de que sus criaturas glorifiquen en sí

mismas Su espíritu.

En remotos pasados, los dioses se acercaban a los hombres, y mientras los

Maestros de las esferas invisibles de la naturaleza trabajaban con la humanidad

todavía infantil en este Planeta, los dioses escogían entre los hijos del hombre a

quienes fuesen los más sabios y veraces. Y con éstos trabajaron, preparándolos para

que pudieran continuar la labor de los dioses, cuando las jerarquías espirituales se

hubiesen retirado a los mundos invisibles. Con estos hijos del hombre, especialmente

instruidos e iluminados, dejaron los dioses la llave de su gran sabiduría, que era el

conocimiento del bien y del mal. Dispusieron que esos hombres así instruidos fuesen

sacerdotes y mediadores entre ellos (los dioses) y la humanidad que basta entonces no

había abierto los ojos que le permitiesen atisbar el rostro de la Verdad y poder vivir.

Amparados por la divina prerrogativa, estos iluminados fundaron lo que

conocemos actualmente como los “Misterios Antiguos”. Estas fueron escuelas de

verdades religiosas, en que la religión se usaba en el sentido que implica sabiduría

divina. Podían entrar en estas “universidades” espirituales los hombres más valiosos

y capaces. Al principio, estas escuelas fueron reconocidas públicamente. Se

construyeron grandes templos para alojar a los sacerdotes y para efectuar los procesos

y rituales de iniciación. Se registraron los arcanos místicos en esculturas, tábulas de

arcilla y en rollos de papiro. Generación tras generación se iluminó con la sabiduría

encerrada en estos documentos conservados en los repositorios sagrados.

Paulatinamente, fue produciéndose una separación en las Escuelas de Misterios.

El fervor y propósito de los sacerdotes de propagar sus doctrinas, en muchos casos

excedió aparentemente su inteligencia. De resultas de esto, se permitió a muchos

aspirantes entrar en los templos antes de que realmente estuviesen preparados para la

sabiduría que debían recibir. El resultado fue que estos espíritus poco preparados,

fueron ganando gradualmente más autoridad, pero se manifestaron al fin incapaces de

mantener la institución, siendo ineptos para establecer relación con los poderes

espirituales que se hallan detrás de toda empresa de orden material. Y de este modo,

las Escuelas de Misterios fueron desapareciendo. La Jerarquía Espiritual, servida a

través de todas las generaciones por un número limitado de seguidores veraces y

fieles, se desvaneció de la faz de la Tierra. Mientras las colosales organizaciones de

orden material, habiendo perdido el contacto con sus fuentes divinas, comenzaron a

perder el rumbo y se fueron enredando cada vez más en ritos y símbolos los cuales ya

no podían interpretar.

Un ejemplo concreto e interesante de la deterioración de las Escuelas de Misterios

y sus ritos se halla en el juego de niños llamado La Comedia de Punch and Judy.

Durante siglos la gente superficial de todas las naciones de Occidente rió con las

curiosas travesuras de estas pequeñas figuras. El mundo hace tiempo que ha olvidado

que este juego se originó entre los primeros místicos cristianos; Punch era Poncio

Pilatos y Judy era Judas Iscariote. El pequeño garrote que lleva Punch es una réplica

degenerada de los antiguos cetros de los dignatarios romanos de la Tierra Santa.

También es probable que la famosa escena entre Punch y el niño haya sido tomada de

la antigua historia cristiana del degüello de los inocentes.

Es realmente digno de notarse cómo a través de las edades, sea por transmisión

oral, sea por alegorías o símbolos, sea por ejemplos naturales, las verdades reveladas

a los antiguos se perpetuaron hasta nuestros días, a pesar de que siempre fueron

ocultadas a los ojos de los profanos. Se ha dicho que la sabiduría no está en ver las

cosas, sino en ver a través de las cosas. Al menos para el ocultista, esto es doblemente

verdadero.

Durante la era de Atlántida, que describe Platón, la tarea de recopilar y ordenar la

Antigua Sabiduría se llevó a cabo aceleradamente, pues los pobladores de la

Atlántida fueron los exponentes más grandes de pensamiento concreto que jamás

conoció el mundo. Los habitantes de la Atlántida jamás entendieron a fondo la

sabiduría que les era propia, pues aún en aquellos tempranos tiempos los dioses ya se

habían retirado de la masa de la humanidad y sólo hablaban a los hombres a través de

sacerdotes y oráculos. El método de comunicación de que se valieron los poderes

espirituales se halla fielmente expuesto por Josephus en su descripción del Arca de la

Alianza y de los sacerdotes que la servían. Esta arca era un oráculo, y los dioses

hablaban al sumo sacerdote por medio del lenguaje de los símbolos. De los habitantes

de la Atlántida, con sus Antiguos Misterios del Tabernáculo, hemos rescatado casi

todo lo que sabemos en lo referente a la Sabiduría Antigua y sus Misterios. De

acuerdo con el Libro Sagrado, ellos eran los custodios de los registros espirituales

que les habían sido dados por sus progenitores, los Reyes Serpientes, que reinaron

sobre la Tierra.

Fueron estos Reyes Serpientes, quienes fundaron las Escuelas de Misterios, los

cuales más tarde aparecieron como los Misterios Egipcios y Brahmánicos y bajo otras

formas de ocultismo antiguo. Su símbolo era la serpiente, porque enseñaban a los

hombres a usar la energía creadora que corre por la naturaleza y por sus propios

cuerpos, en forma de línea “serpenteante” o de fuerza “sinuosa”. Eran los verdaderos

Hijos de la Luz, y de ellos descendió una larga línea de adeptos e iniciados

debidamente instruidos en la ley. Éstos mantuvieron encendida la luz de las verdades

divinas a través de muchas generaciones de ignorantes y descreídos. El mundo

Atlántida se vino abajo en cuanto se apartó de la ley. Olvidó que la naturaleza es la

regidora de todas las cosas y, por querer vivir antinaturalmente, fue destruido. Antes

de su desintegración, como quiera que sea, la Sabiduría Antigua pasó al nuevo mundo

de los arios, donde, desde el corazón del encumbrado Himalaya, sus adeptos, e

iniciados comenzaron el proceso de la formación de un nuevo pueblo destinado a ser

el tabernáculo viviente de los dioses.

No siempre el hombre fue un ser material. Hace muchas eternidades era una

criatura espiritual, de poderes radiantes y gloriosos. Gradualmente fue tomando la

vestidura de lo que nosotros llamamos “cuerpo”, y su radiosidad fue empañada, por

las envolturas de arcilla. Poco a poco fue perdiendo el contacto con sus Padres, los

Hijos de la Luz, y comenzó a moverse en las tinieblas. En la época en que el tercer

ojo se cerró en el hombre, durante el antiguo mundo de los Lemures, el género

humano perdió el contacto con sus maestros invisibles. El recuerdo de los maestros se

fue esfumando de a poco, hasta que sólo quedaron mitos y leyendas. La mitología es

el registro auténtico de aquellos períodos de transición en que las chispas divinas

fueron asumiendo gradualmente las formas del cuerpo mortal.

Pero el hombre jamás ha sido dejado peregrinando a solas en su ignorancia.

Cuando se rompieron los lazos que lo unían a los mundos invisibles, ciertos métodos

para captar la voluntad de los dioses, fueron establecidos. Fue entonces, y a estos

efectos, que cierta cantidad, de hombres y mujeres fue instruida en la transposición

del abismo que ya separaba a los hombres de los dioses. El método para establecer

esta comunicación era el máximo de los secretos del ocultismo antiguo. Este secreto

fue conservado para la raza humana, pues llegará el tiempo en que todos los seres

humanos volverán a ser capaces de comunicarse otra vez directamente con los dioses.

Durante un gran intervalo de edades, esta sabiduría fue perpetuada en las Escuelas de

Misterios, y un pequeño grupo de discípulos elegidos en cada generación tuvo el

privilegio sagrado de conocer a los dioses. Esta sabiduría y el poder y conocimiento

que tales discípulos han alcanzado, éstos la imparten, a su vez, a otro grupo de

discípulos elegidos y amados. Y así la gran obra sigue adelante.

La capacidad de las Escuelas de Misterios, de comunicarse con los mundos

invisibles, es la base de su poder; pues todas las jerarquías creadoras residen en los

mundos invisibles, y es a estos mundos adonde deben recurrir los discípulos para

consultarlas. La explicación está en que el género humano es el único, dentro de

nuestra organización, que se halla equipado con un cuerpo físico y un, cuerpo mental.

Los dioses propiamente dichos, jamás han descendido a la sustancia física. De modo

que al no tener cuerpo compuesto de elementos químicos densos, no pueden

manifestarse aquí. Para comunicarse con ellos, los seres humanos tienen, pues, que

aprender a funcionar conscientemente en sus propios cuerpos invisibles. Cuando el

ser humano alcanza a hacer esto, puede comunicarse con los seres espirituales que

residen en sus sustancias similares de carácter ultrafísico. Es así que, mientras la

religión trata únicamente de fantasías, teorías y creencias, los iniciados de la Antigua

Sabiduría se dirigen derechamente a la fuente principal de sabiduría y, conociendo la

voluntad de los dioses, hacen de esa voluntad la ley de sus vidas. El iniciado ni

adivina, duda, ni habla a solas. Trabaja con hechos, pues se siente uno con las

verdades de la naturaleza.

Este sendero secreto de la iluminación espiritual es el camino que estableció el

Logos planetario, al estatuir que Sus hijos aprenderán a conocer a través de Él y a

cumplir Sus fines. El Logos está rodeado de una jerarquía de seres sobrehumanos y

también de un grupo de grandes iniciados que pueden ser llamados el fruto del

período del mundo humano. Estos grandes iniciados, con sus mentes divinamente

inspiradas forman los poderosos pilares de la Casa de su Dios. Son los soportes del

Templo del Progreso Humano. Estos grandes espíritus fueron llamados por los

antiguos místicos judíos los “cedros del Líbano”. Son estos los árboles que se dice

que cortó Salomón de los bosques de la tierra para usarlos como soportes de su

templo divino.

Las verdades secretas de estos iniciados fueron recopiladas del norte, del este, del

sur y del oeste. Los adeptos y místicos de todas las naciones dieron a sus discípulos

los frutos de sus investigaciones mientras funcionaban en los mundos invisibles. Las

Escuelas de Misterios, cumpliendo la antigua ley, han sido hechas a imagen de la

Naturaleza, y hoy día las conocemos bajo el nombre de las Siete grandes Escuelas de

Misterios. Todas estas son ramas de un mismo árbol, el árbol que crece en el centro

del Huerto del Señor, y es regado por las aguas de los cuatro ríos (la sabiduría de los

cuatro mundos). Del mismo modo en que todo rayo de luz se descompone en siete

colores cuando atraviesa el prisma, esta antigua verdad, al atravesar el cuerpo

prismático del mundo material, se descompone en un cuerpo séptuple. Este cuerpo es

la así llamada serpiente de siete cabezas, pero, aunque habla a través de siete bocas,

no tiene más que un cerebro, una vida, un origen.

Los sacerdotes de los Misterios se simbolizaban como serpientes, llamadas a

veces hidras. De aquí se deriva la palabra (inglesa) hydrant (= boca de riego). La

boca de riego lleva el agua, y, a través del cuerpo de hidra del iniciado, pasa el agua

de la vida. De ahí que el iniciado sea como un tubo o canal a través del cual pasa el

agua como a través de la boca de riego (hydrant).

Estas siete escuelas, compuesta cada una de doce iniciados y sus

discípulos, dispuestos alrededor de un decimotercero hermano “excelso”, son los

perpetuadores, ordenados por Dios, de la Antigua Sabiduría, en la forma en que vino

en la alborada del mundo, cuando los dioses descendieron de la nebula del sol y

fijaron su residencia en la isla sagrada del polo norte.

No estando destinado este escrito a fines de propaganda, no nombraremos a

ninguna de estas escuelas, pero sí diremos que representan a los planetas y los siete

grandes senderos. También representan los siete órganos vitales del cuerpo humano y

las siete redomas que vuelcan su contenido sobre el mundo. Todos los discípulos que

buscan adquirir conocimiento de las leyes; de la naturaleza, tienen que obtener tal

sabiduría a través de uno de estos siete canales, dispuestos por el Infinito para el

desenvolvimiento de Sus tareas. Cada una de estas Escuelas de Misterios es invisible

y desconocida. Sólo se las podrá encontrar al cabo de largas búsquedas y repetidas

desilusiones. En reconocimiento a la dignidad de estas escuelas y a la santidad de la

sabiduría que ellas representan, este escrito ha sido preparado con el fin de reproducir

de manera simple alguna de las verdades maravillosas que tales escuelas sustentan.

Cada cien años, se oye la voz de la Gran Escuela y viene al mundo alguien para

dar testimonio de lo invisible. Ese “alguien” habla con la voz de la sabiduría y es

amparado por las siete luces. Gradualmente, la Escuela de Misterios (las siete ramas

consideradas como unidad) dispensa el pan bendito de la razón humana. Hoy más que

nunca los seres humanos vuelven a buscar a sus dioses; o más bien diríamos que se

apartan disgustados de nuestra era de materialismo que, lenta, pero ciertamente, está

destruyendo todo lo que en la vida es belleza y espiritualidad. Nuestro materialismo

está destruyendo las almas de los hombres; está rompiendo el corazón del mundo;

está ahogando la mejor parte de nuestras naturalezas, y algo dentro del hombre se

rebela contra esa opresión antinatural. Muchos que jamás pensaron antes en esto

comienzan a preguntarse cuál será el fin de todo esto, hasta dónde el género humano

podrá sumergirse en el materialismo sin que se derrumbe la estructura ética que

sostiene nuestra era moderna.

En los últimos cincuenta años, se multiplicaron de a miles los peregrinos

espirituales que han emprendido la búsqueda de la verdad, peregrinando por los

valles y las colinas del alma humana, buscando la respuesta al enigma del destino.

Tratan de encontrar a aquellos Maestros de Sabiduría de que habla la leyenda pero

que no registra la historia, en toda esta búsqueda hay una gran incertidumbre, pero

hay uno o dos hechos que resultan perfectamente claros. El primero: la mayoría de la

gente ignora qué es lo que busca. Si encontrase, la verdad, no la reconocería. Los

Maestros que buscan esa gente alternan con ellos todos los días; pero, al igual que Sir

Launfal, las gentes se van a lejanas tierras, en procura de las cosas que hallarían en

los umbrales de sus propias puertas. El segundo: si encontrasen la sabiduría, no la

aceptarían. Todos ellos se sentirían contentos de tener el poder de los Maestros, pero

pocos de ellos trabajarían desinteresadamente con una dedicación y un esfuerzo a

toda prueba, por muchas edades, para obtener ese poder y consagrarlo sin reservas al

bien de la humanidad.

Antes de pasar a nuestro próximo tema, hagamos un resumen de algunos puntos

que deben ser recordados en lo concerniente a la Gran Obra y a sus “obreros” en el

mundo.

1.- El instinto de la reverencia a lo desconocido es propio de toda vida humana.

Parecería que ese instinto es propio también de varias especies de animales

superiores, pues al vérselos echados a los pies de sus dueños dijérase que las almas de

esos animales llenos de amor y ternura, hablan a través de los ojos levantados hacia el

amo. El cariño del perro a su amo y el cariño del discípulo a su maestro van muy

unidos. El perro sólo anhela que su amo le diga palabras cariñosas y daría su vida por

éste. Esa es devoción verdadera. Desde el salvaje para arriba, la reverencia y la

devoción a los dioses forma parte del código moral de la humanidad. Los seres

humanos podrán negar esto, pero esto persiste ya bajo forma de fe, ya de temor, ya de

superstición.

2.- El Hacedor de ese gran plan que llamamos vida, el ser del cual hemos sido

diferenciados, confirió al hombre ciertas potencias que, despiertas en poderes

dinámicos, dará a cada cual la facultad a través de la cual podrá reconocer ese “plan”.

Aprendiéndolo por si mismo y aplicando su sabiduría, acaso alcance el hombre la

posición de poder asistir a otros en la armonización de sus vidas con la misma ley.

3.- A fin de difundir esta sabiduría en forma sabia, entre las naciones de la Tierra,

las Escuelas de los antiguos Misterios fueron establecidas, no por voluntad de los

hombres, sino por voluntad de los propios dioses, los cuales trabajan a través de

“canales” seleccionados de entre las criaturas más altamente evolucionadas de la

Tierra.

4.- Habiendo establecido estas escuelas, las inteligencias superiores se

constituyeron en los poderes centrales invisibles de ellas, y todavía siguen en

comunicación con los Adeptos y Maestros que al presente rigen los destinos de estas

órdenes secretas.

5.- Todo desarrollo espiritual tiene que ocurrir a través de uno de los siete canales

dispuestos por la naturaleza a tal fin; en cierta etapa de su desarrollo espiritual, cada

discípulo penetrará en el sendero planetario más adecuado para desenvolver las

cualidades latentes dentro de sí.

6.- Estas siete escuelas, y sus ramificaciones en todas las partes del mundo,

constituyen la Gran Logia Blanca. Esta es la institución divina establecida para

conferir la Sabiduría Antigua a nuestro planeta. Está compuesta de todos los iniciados

y adeptos del Sendero Blanco y forma el gobierno invisible de la Tierra.

7.- La Sabiduría Antigua contiene el conocimiento verdadero y seguro del plan

por el cual fueron creados y establecidos los dioses, el ser humano y universo, por el

cual estos se mantienen y por el cual se disolverán en un futuro en la eternidad. Es el

conocimiento de todas las cosas en sus relaciones con Dios, la Naturaleza y ellas

mismas, y es la única guía por la cual el ser humano puede ver la senda que debe

seguir si quiere liberarse de la ignorancia y oscuridad del materialismo.

8.- Cualquier persona puede recorrer ese sendero, siempre que acepte y acate las

obligaciones que la Sabiduría Antigua estatuye e impone a quien desee conocer los

misterios de la vida y de la muerte. Si el ser humano quiere vivir la vida que tal

Sabiduría indica, no sólo ha de conocer la doctrina que ella predica, sino que también

ha de conocer a los Grandes que fueron elegidos por sus propias virtudes para

enseñar a sus hermanos menores la sabiduría Antigua.


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